«Vengo de una familia desintegrada. Aun así, mi mamá siempre me apoyó en lo que yo quisiera emprender. Todos los días, después del colegio, me llevaba a mis actividades extracurriculares. (Creo que ella me inscribía en tantas cosas solo para mantenerme ocupado). Estuve en gimnasia, natación, waterpolo, baseball, música y finalmente ingresé a la Escuela Nacional de Danza.
La historia de cómo terminé en la Escuela es bastante graciosa. Mi hermana ya recibía clases de ballet ahí, y a mí me tocaba esperar a que ella terminara para irnos a casa. Entre sus compañeras de clase había una que me gustaba mucho. Entonces se me ocurrió preguntarle a mi mamá si podía inscribirme a las clases de ballet. Ella me preguntó si yo estaba seguro y le dije que sí, sin dudar. Al principio lo veía como un pasatiempo, pero poco a poco le fui tomando amor a la danza.
Fue difícil
«A mí nunca me había interesado ninguna actividad que tuviera que ver con el movimiento del cuerpo. Mis compañeros se burlaban de mí porque no podía jugar fútbol y se me dificultaban los demás deportes. Entonces pensé que el movimiento no era lo mío.
Yo tomaba clases de dibujo y quería ser pintor. Recibía clases en el Paraninfo Universitario, y un día, pasé por el salón de danza y estaba el Maestro Fernando Navichoque ensayando con el grupo de danza de la Universidad. Era la primera vez que veía algo de danza y me llamó mucho la atención. Pensé que sería lindo poder llegar a bailar así.
A la semana siguiente pasé por el mismo lugar y estaba el maestro afuera del salón. Se me ocurrió preguntarle si podía hacer clase con ellos y me dijo que sí. Para ese entonces yo no sabía nada de danza. Lo que sí sabía, es
«Yo no sabía que los hombres también podían bailar ballet, hasta que vi la película “Step Up” y me impresionó mucho. Estuve averiguando en dónde podía empezar a tomar clases y me hablaron de la Escuela Municipal de Danza. Hice una audición para ingresar y no lo logré. Me dijeron que ya estaba muy grande para empezar. Tenía 15 años y pensé que ahí había terminado mi sueño de ser bailarín.
Estaba en un grupo de jóvenes de la iglesia, llamado “Aventura”, en donde participé de algunas “Noches de Talentos”. Recuerdo que ahí había un salón de espejos en donde me ponía a crear y practicar algunos movimientos de Popping y Hip Hop. Cuando ya tenía un poco de práctica, me animé a bailar en una fiesta de XV años y a la gente le gustó mucho lo que presenté. Después de ese día hubo gente que me contactó para que
“A temprana edad supe que quería bailar Ballet. Quizás fue porque mi hermana recibía clases de Jazz o porque vi la película de Billy Elliot. Tenía 6 años cuando le dije a mi mamá que quería empezar a tomar clases. A ella le pareció extraño por el tabú de que los hombres no bailan ballet; pero decidió apoyarme. Creo que he sido muy afortunado al contar con el apoyo de mi familia desde pequeño.
Somos de Antigua Guatemala, y un día nos encontramos con la maestra Gilda Jolas, quien fue de las primeras en dar clases en Antigua. Mi mamá le preguntó si recibía varones en su escuela, y ella se sorprendió al conocer a un niño tan pequeño que estuviera interesado en tomar clases. Recibí mi clase de prueba y desde entonces me enamoré de la danza.
Sin embargo, no todo se me dió fácil. Una de las mayores dificultades que
“Desde pequeño he sido influenciado por la actividad física y por las artes marciales. Mi papá es Sen Sei en Karate Do y mi abuelo fue modelo para la estatua de Tecún Umán en Xelajú. Fue el primero en construir un gimnasio aquí en Guatemala. A los 5 años empecé a entrenarme en Karate, pero no encontré algo que me motivara a continuar, así que deje de hacerlo a los 13 años.
Sin embargo, mi cuerpo necesitaba seguir activo. Con el surgimiento de las redes sociales conocí el Parkour y empecé a experimentarlo con un amigo. Era necesario que aprendiera a ejecutar algunas acrobacias con la técnica correcta y fue entonces cuando decidí federarme en Gimnasia Artística. Ahí conocí a varios bailarines del Ballet del Inguat, Ballet Folklórico y Moderno, y otros bailarines de danza contemporánea.
Recuerdo que todos los días me iba caminando desde mi casa hasta la federación de gimnasia.
















